San Vicente de Paúl, fue el tercero de seis hermanos, quien se crió en una familia humilde, como Santa Juana de Arco trabajo desde muy pequeño y con eso ayudaba al sustento de sus hermanos y sus padres, con grandes cualidades para el aprendizaje pronto fue nombrado sacerdote, conoce aquí el poema a San Vicente de Paúl.
Poema a San Vicente de Paúl
Existe un poema que fue escrito por un poeta Francés de nombre Francisco Coppé, es uno de quienes ha sabido expresar de una manera sencilla y directa los sentimientos y puros y verdaderos del corazón, es de saber que San Vicente de Paúl fue un gran hombre servidor de Dios y de los pobres como lo fue San Isidoro de Sevilla, que Dios siempre acompaño en cada cosa que hacia, aquí te dejamos el Poema a San Vicente de Paúl.
Este gran hombre como San Martín de Porres fue inspiración para que pudieran escribir poemas que reflejaran en gran corazón y el amor que tenia por el prójimo y por nuestro Dios todopoderoso.San Vicente de Paúl, buscaba el sentido de su vida y su propósito hasta que un día fue Dios mismo quien lo hizo reflexionar y el dejo que lo tocara, fue cuando descubrió su verdadera vocación, “la ternura”, desde ese entonces su vida cambio radicalmente. Disfruta aqui del poema a San Vicente de Paúl.
Poema
Vicente de Paúl es un piadoso y anciano capellán de las Galeras, de corazón humilde y candoroso, de caridad sin tregua y sin reposo, y franco y popular en sus maneras.
En París, cuando viene, le prestan unas monjas aposento en el hospitalillo del convento: Cama y dos sillas duras allí tiene,
y por todo regalo y todo aliño, un cuadro de la Virgen con el Niño.
A merced del impulso que en él arde, trajina haciendo bien mañana y tarde si visitó con paternal cariño la guardilla indigente,
A Palacio después sin vano alarde va y demanda limosna a la Regente.
Pide, ruega tenaz, su empeño muestra, por todos los que sufren se desvive, y da con santo afán su mano diestra lo que la otra recibe. Pero está cada día más viejo, más enfermo, y anda cojo.
Por alcanzar su caridad ardiente la gracia que pedía para un forzado, que juzgó inocente. Tomó su puesto, y con amarga pena
Seis meses arrastró, cansado y flojo. La bala de cañón y la cadena.
Allá en los populosos arrabales, Las gentes que le ven volver sombrío a la ciudad, y entrar por los portales llevando en el manteo arrebujado algún recién nacido yerto y frío que halló en cualquier rincón abandonado y de la muerte salva, van repitiendo el nombre del viejecillo aquel de cerviz calva y son amigas ya de tan buen hombre.
Pero esta noche, cuando el toque lento Retumba de las doce campanadas, y las monjas entonan los maitines, vuelve triste Vicente a su convento, arrastrando las piernas, fatigadas de tanto andar con fracasados fines.
Corrió París entero sin fortuna, sufriendo lluvias y pisando lodos; no le reciben mal en parte alguna; pero tanto pidió, que casi todos van haciéndose atrás con buenos modos la Reina guarda todo su dinero para la Val-de-Gracia; Mazarino, en prometer ligero, cada vez, para dar, es más mezquino.
Mala fue la jornada; pero el anciano, de alma resignada, piensa echar un buen sueño, y más erguido, Apresura el regreso a su posada.
Al llegar a la puerta, ve un chicuelo en el lodo tendido; y se inclina sobre él con santo celo. Aletargado está y entumecido;
Lo llama, lo acaricia, ruega, insiste…
¡Pobre muchacho! ¡qué vivir tan triste! llevársele los padres a Dios plugo; no tiene hogar ni albergue; no comió en todo el día un mal mendrugo ll llamamiento de Vicente suave, la frente adusta yergue y contesta con voz áspera y dura.
“Ven,” dice el viejo, y la oxidada llave mete en la rechinante cerradura. En los brazos tomando sin reproche al niño aquel, que suciedad derrama, subió a su celda y lo acostó en su cama; y pensando después que a medianoche es Febrero muy frío, y que está helado el huérfano infeliz mal arropado, lleno de buen deseo tiende a sus pies el húmedo manteo.
Él, tiritando trémulo, se sienta en incómoda silla, frente al cuadro que hermosa representa La Virgen sin mancilla, y comienza a rezar. ¡Oh maravilla! anímase la imagen; con destello dulcísimo sus ojos parpadean; separa blandamente de su cuello.
Los brazos do Jesús, que lo rodean; a San Vicente de Paúl ofrece el Niño que sonríe y resplandece, y le dice con labio conmovido: “Toma: Bésalo tú; lo has merecido.” Mira este video.