Con la meditación en el budismo tibetano conseguimos afianzar nuestras mentes desde el estreno de nuestra práctica espiritual, mientras colocamos nuestra mayor afectación en la conducta ética. Al ofrecer algo de tiempo cada día a la experiencia de la quietud contemplativa, nos hacemos cada vez más reflexivos de cómo marchan nuestras mentes; y en el transcurso iniciamos a descubrir cuán disipas han estado nuestras mentes todo el período.

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Meditación en el  Budismo Tibetano

La meditación en el Budismo Tibetano nos permite lograr anhelar y explorar los viables de la mente humana que se hacen indudables solo cuando la sabiduría está tranquila y sutil. En la práctica budista conseguimos adoptar entre una amplia diversidad de objetos para afianzar la mente. Un procedimiento común en la reflexión budista tibetana es orientarse en una imagen del Buda.

Para practicar la meditación budista tibetana, primero quitamos un objeto físico, ya sea una imagen o una pintura del Buda, y lo observamos hasta que quedamos muy acostumbrados con su apariencia. Luego ocupamos los ojos y creamos un simulacro de esa imagen con nuestra ilusión. La práctica existente no es la visual, esto es solo una elaboración, porque el punto es consolidar la mente, no los ojos. Cuando pretendemos concebir al Buda por inicial vez, la imagen mental será vaga y considerablemente inestable. Es viable que ni siquiera consigamos obtener una imagen en autoritario. (Ver artículo: San Francisco Javier)

Si bien el procedimiento anterior posee muchos socorros, no es ideal para cualesquiera. Para que sea seguro, uno debe tener una mente suficientemente tranquila, y es útil tener una recóndita fe y cortesía por el Buda. Para las personas de ambiente devocional, esta experiencia puede ser muy sugerente y efectiva para afianzar la mente.

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El corazón de uno se inquieta al perpetuar al Buda con devoción y, en resultado, crece el entusiasmo por la reflexión. Por otro lado, si uno posee una mente muy temblorosa y poca fe, esta y otras metodologías de visualización consiguen muy bien trasladar a la tensión y la desdicha. Y estos inconvenientes pueden acrecentarse cuanto más se trabaje.

Con una mente sacudida y conceptualmente irritada, el esfuerzo por conjeturar un objeto imaginado puede ser demasiado difícil. Entonces, si uno está advirtiendo en prácticas de visualización, fundamentalmente durante varias sesiones al día, es trascendental estar consciente de su nivel de estrés. Es significativo no dejar que se pasee de las manos; porque si lo hace, en lugar de afianzar la mente, la práctica perjudicará el sistema neurasténico.

Otro procedimiento de meditación budista tibetana que se ejerce generosamente, fundamentalmente en los países budistas del este y sudeste de Asia, es centrar la vigilancia en la inspiración. Un atributo clave de esta facilidad, en oposición a la visualización del Buda, es que en la cognición de la respiración el ente de la meditación, la respiración, está vigente sin que tengamos que conjeturarlo. (Ver artículo: novena a San Marcos de León para amansar)

La cognición de la respiración se ejerce de muchas formas disparejas. Algunas almas se centran en la subida y declive del abdomen durante la aspiración y la exhalación. Otra técnica es orientarse en las impresiones táctiles, desde las fosas nasales hasta el abdomen, que están coligadas con la respiración. En otro procedimiento, uno se centra en las impresiones de la respiración que transita a través de las aberturas de las fosas nasales y por arriba del labio superior. Todos estos son procesos valiosos y pueden ser esencialmente útiles para individuos con mentes perspicaces y altamente extensas.

Ofrecen una forma relajante de tranquilizar la mente conceptualmente trastornada. Un tercer procedimiento para estabilizar la mente radica en dirigir la cognición de uno a la mente misma. Esta es la más menuda de todas las técnicas citadas aquí, y sus distinciones son excelentes. Dos apariencias de la conciencia son instrumentales en todas las representaciones anteriores de ejercicio meditativo. Estas son la vigilancia plena y la guardia.

La atención colmada es un elemento mental que nos admite orientar un objeto con persistencia, sin relegar ese objeto. Entonces, si nos estamos orientando en las sensaciones de nuestra inspiración en nuestras fosas nasales, la vigilancia plena nos consiente atraer la atención de nosotros de manera continua.

Cuando la vigilancia se desvanece, la mente se resbala fuera de su esencia como un sello de una roca viciosa. La vigilancia es otro elemento mental, cuya ocupación es inspeccionar la calidad de la cognición en sí misma. Evidencia si la mente que medita se está sacudiendo y diseminando, o si está lánguida y somnolienta. Es la tarea de la atención para resguardarse contra estos extremos. Hay varios obstáculos intrínsecos para afianzar la mente, pero se someten a los dos extremos de exaltación y laxitud. La agitación es un factor mental que cautiva nuestra vigilancia lejos de nuestro objeto advertido. (Ver artículo: Santa Juana de Arco)

Este impedimento es un procedente del deseo. Si estamos meditando y repentinamente nos encontramos deliberando en ir al refrigerador y adquirir un refrigerio, podemos asemejar este impulso como una impresión que nace del deseo. La agitación saca la mente hacia afuera. Puede ser expeditamente incitado por un sonido como el de un automóvil transportando. Se aferra compulsivamente al sonido, una variedad de auto-stop, y lo despliega con una serie de imágenes y movimientos.

Cuando no está estremecida, la mente es tendenciosa a deslizarse hacia el otro excesivo de la laxitud. Este factor intelectual no entretiene la atención hacia el exterior, sino que incita una sensación de naufragio. La mente se impregna en su objeto sin luminosidad, y le sigue la pesadez. En ese punto, el objeto de la reflexión se empapa bajo oleadas de letargo o desconocimiento.

Los primordiales antídotos contra la excitación y la debilidad son la vigilancia plena y la prolijidad, y los resultados de destacar esos obstáculos son la firmeza mental y la claridad. Estos son los frutos de la experiencia.

La estabilidad contemplativa involucra precisamente un fundamento inferior de relajación y entereza. La mente es tranquila, y la atención persiste donde la enviamos durante el tiempo que anhelemos. La claridad se relata más a la energía de la cognición subjetiva que a la luminosidad del objeto. Cuando está vigente, podemos descubrir inclusive las cualidades tenues y más breves de nuestro objeto.

Por ejemplo, si estamos imaginando al Buda con claridad, surgirá en nuestra mente en tres dimensiones y muy equilibradas. Podremos distinguir el color de sus ojos, los pliegues particulares en su túnica. Surgirá casi tan claro como si lo advirtiéramos claramente con nuestros ojos. Dicha claridad intrínseca es esencial para centrarse en la espiración, así como en la mente.

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Todos hemos acostumbrado instantes en los que nuestra atención es considerablemente vívida. Esto puede suceder, por ejemplo, mientras transporta un automóvil o una moto a alta velocidad en un camino tortuoso, o cuando escala una roca. Pero cuando se advierte tal irradiación mental, por lo general se concierta con un alto grado de tracción, y la mente no es ni tranquiliza ni estable. Por otro lado, la firmeza mental es una práctica común cuando estamos seductoramente cansados ​​y nos arrimamos a dormir. Pero en tales casos inaudita veces hay mucha refulgencia de conciencia.

El desafío de la experiencia de la quietud contemplativa es plantar la estabilidad completada con claridad, formando una calidad de conciencia excepcionalmente útil. Para lograr esto, los meditadores acostumbrados han sorprendido que debe haber una sucesión de énfasis en la destreza. Primero busca un estado mental disoluto, sano y alegre. Sobre esta plataforma, enfatice la permanencia y, posteriormente, deje que la refulgencia tome prioridad. La categoría de esta secuencia no puede ser desmedida. (Ver artículo: Virgen María)

En términos frecuentes, la meditación budista es de dos tipologías, analítica y concentrada. En la meditación analítica, utilizamos nuestros poderes de reflexión lógica para examinar las instrucciones y establecer por nosotros mismos si son efectivas o no, para suprimir la duda y llegar a una terminación clara e inalterable sobre la forma en que viven las cosas.

En la meditación concentrada, ensayamos a orientar nuestra mente con un solo sereno en un objeto mental hasta que nuestra imaginación pueda reposar sin atrevimiento en ese objeto durante horas o inclusive días a la vez. Aunque son de ambiente muy disparejo, estos dos tipos de meditación se auxilian y se apoyan recíprocamente. Cuanto mejor logremos analizar, mayor será nuestra persuasión para practicar la reunión y tratar de superar las dificultades para el éxito; cuanto mejor sea nuestra congregación.

La meditación budista tibetana eternamente enfatiza la categoría del tercer o más alto nivel de motivación, que se conoce por su calificativo sánscrito, “bodhicitta”. Todo lo que formamos debe estar causado por el altruismo soberano de querer ver a todos los seres vivos iluminados. Si lo es, nosotros asimismo advertimos involuntariamente buenos resultados. Esta incongruencia, si desea advertir la mayor felicidad, relegarse de sí mismo y dedicarse exclusivamente a la felicidad de los demás, es lo que Su Caridad el Dalai Lama cita “sabio egoísmo”.

Consecuentemente, el beneficio de nuestras labores no está concluyente por la acción en sí, sino por nuestra exaltación para hacerlo. Si, por ejemplo, profundizamos por razones positivistas o por algún equitativo mundano como la serenidad ahora, aunque parezca que quedamos haciendo algo anímico, de hecho, debido a la exaltación mundana que hay detrás, esa acción depondrá una Impresión censura en nuestra mente y consecuentemente es la causa del desconsuelo. Por lo tanto, el budismo tibetano nos guía a hacer todo con misericordia, pensando en el sufrimiento de los demás y pretendiendo calmarlo. De esta forma, asimismo, las acciones diarias, como dormir, comer y atarearse, pueden transfigurarse en la causa de la iluminación. (Ver artículo: novena a San Agustín)