La Misa Cristiana es una Fiesta, celebrada en honor a Jesús por haber resucitado. Es el acto más sagrado de toda la religión Católica y de otras denominaciones cristianas. Se hace en memoria del sacrificio que nuestro Señor hizo por nosotros.

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Definición y Origen de la Misa cristiana

Se llama Santa Misa en la Iglesia Católica, la Comunión Anglicana y otras confesiones protestantes. Para los orientales católicos, los cristianos ortodoxos y la Iglesia Copta, se le llama Divina Liturgia.

Este término proviene del siglo IV, usado para despedir a los fieles al final de la ceremonia eucarística, posteriormente a toda la celebración o a la segunda parte de la misma, hoy día la celebración eucarística. Hay otras versiones que indican que proviene de la palabra latina “missio”.

Su origen se remonta a la Última Cena de Jesús de Nazaret, junto a sus apóstoles, según los Evangelios. En la Iglesia Católica se enseña que con la Santa Misa se renueva el sacrificio del Calvario, cuando celebramos el sacramento de la Eucaristía.

El sacerdote, que celebra la misa cristiana y que representa a Cristo (alter Christus), consagra el pan y el vino, mientras pronuncia la epíclesis, que los transforma en el cuerpo y la sangre de Cristo. Entonces, la Santa Misa Cristiana es el cuerpo y la sangre de Jesucristo, sacrificio que se ofrece sobre nuestros altares, usando las especies del pan y el vino, para honrar el sacrifico de la Cruz.

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Ritos cristianos

Hoy día existen aproximadamente 23 ritos litúrgicos católicos, entre latinos y orientales. Conozcamos los utilizados en la Misa cristiana.

Ritos de entrada

Estos son los primeros pasos para introducir a los fieles a la celebración de la Santa Misa. Preceden a la Liturgia de la Palabra e incluyen cantos de entrada, saludo inicial, acto penitencial, “Señor, ten piedad”, Gloria y Oración colecta, que tienen como objetivo hacer que los fieles formen una comunión, dispuestos a oír la Palabra de Dios y celebrar la Eucaristía en forma digna. (Ver artículo: La liturgia cristiana).

Saludo inicial

Al terminar el canto de entrada, el sacerdote, hace la señal de la cruz, de pie junto a la sede, con toda la asamblea y el pueblo reunido. A través del saludo manifiesta la presencia del Señor; con la respuesta de los feligreses queda manifestado el misterio de la Iglesia congregada.

Acto penitencial

Con este acto pedimos perdón a Dios por los pecados cometidos, usando el Kyrie (“Señor, ten piedad”). Luego, tras una breve pausa de silencio, el sacerdote invita al acto penitencial, que la comunidad realiza con la fórmula de la confesión general, terminando con la absolución del sacerdote, la cual no tiene la eficacia del sacramento de la penitencia. Sólo puede eliminar los pecados veniales, no así los mortales.

Cuando hay Vigilia Pascual, toma de posesión canónica de un Obispo o Miércoles de Ceniza, se suprime este rito, sustituido por la lectura de la bula papal o el decreto pontificio de la congregación para los obispos.

Señor, ten piedad

Luego del acto penitencial, si no se pronunció en el mismo acto penitencial, se debe decir “Señor, ten piedad”.  Es un canto para aclamar al Señor, pidiendo así su misericordia, lo hacen todos los feligreses bajo la guía de un cantor. Se repite por lo menos dos veces, aunque se usa también en mayor número de veces, según las tradiciones de cada lengua o las circunstancias.

Gloria

El himno del Gloria, cuyo texto antiquísimo y venerable, es cantado en la Iglesia, para glorificar a Dios Padre y al Cordero que representa sus súplicas. Ese texto es invariable y es entonado por el Sacerdote o en algunos casos por un cantor o algún coro que acostumbren usar en cada templo.

Pueden cantarlo todos juntos o alternar con los cantores. Por lo general se canta o recita los domingos, en actos solemnes o fiestas y otras celebraciones cristianas peculiares, también solemnes, que no estén enmarcadas dentro de los tiempos de Adviento y de Cuaresma o las misas de difuntos.

Oración colecta

En ella se recogen todas las intenciones de la comunidad a través del Sacerdote. Se resume el carácter del día o la fiesta que se esté celebrando ese día. El Sacerdote invita a la oración cristiana del día y junto a los asistentes permanecen un momento en silencio, con el fin de tomar conciencia de la presencia de Dios y formular sus súplicas de manera personal e íntima.

Luego, el sacerdote lee la oración llamada Colecta, con la que expresa la índole de la celebración. Esta oración se dirige a Dios Padre, a través de Cristo y el Espíritu Santo, terminando con la conclusión trinitaria.

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Liturgia de la palabra

Esta liturgia comprende las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura. Las mismas son desarrolladas con la homilía, el credo o profesión de fe y la Oración de los fieles.

Dios habla a su pueblo a través de las lecturas, descubriendo el misterio de la redención y la salvación, ofreciendo igualmente alimento espiritual. Cristo se hace presente entre los fieles y su palabra divina la asimilan los feligreses con el silencio y los cantos, mostrando su adhesión a ella con la profesión de fe.

La Liturgia de la Palabra se celebra para favorecer la meditación y de esa manera hay que evitar toda forma de precipitación, que impida al recogimiento. Es recomendable que haya momentos de silencio, en los que, se pueda percibir en el corazón la Palabra de Dios y se responda a través de la oración.

Lectura del Evangelio

Se procede a la lectura de la Biblia, que en estricto rigor, debe ser leído por el Lector instituido, que es una orden preparatoria al sacerdocio, la reciben los seminaristas poco antes del diaconado.

Con las lecturas se abren los tesoros bíblicos, se dispone la Palabra de Dios a los fieles, por lo que debe respetarse la disposición de esas lecturas, en las que se ilustra la unidad de los dos testamentos y la historia de la salvación.

No se debe sustituir la lectura bíblica y el salmo responsorial con otros textos no bíblicos. La tradición indica que el oficio de proclamar las lecturas es ministerial, no presidencial, es decir, las proclama el lector y el Evangelio lo debe proclamar el diácono, o en su ausencia, otro sacerdote.

Homilía

En la Homilía se hace una prédica, en torno a las lecturas, el Evangelio, la festividad del día o algún acontecimiento relevante. No es rutinaria, sólo se debe hacer los domingos y fiestas de guardar, pero sí es muy recomendada, ya que alimenta la vida cristiana.

Consiste en una explicación de algún tema en particular o de la misa del día, siempre tomando en cuenta el misterio que se celebra y las necesidades de los oyentes. El sacerdote celebrante la pronuncia, o uno concelebrante, y dependiendo de la oportunidad, puede ser un diácono, pero no puede ser jamás un laico.

En algunos casos, muy peculiares, puede pronunciarla un obispo o un presbítero, pero no como concelebrantes. Los domingos y en fiestas de precepto debe de haber homilía, además en otros feriales de adviento, Cuaresma y Tiempo Pascual, fiestas en las que el pueblo asiste en gran número a la iglesia. (Ver artículo: Creencias cristianas)

Luego de la homilía se guarda un breve silencio y a veces termina con un canto realizado por la “schola” y acompañado de la asamblea.

Credo. Oración de los fieles

La Asamblea hace sus peticiones a Dios, pidiendo por sus necesidades. El pueblo responde a la Palabra de Dios, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos. Esta oración se hace normalmente en las Misas, en las que el pueblo pide por la Santa Iglesia, por los gobernantes, los desposeídos, discapacitados y por todos los hombres, así como por la salvación de todo el mundo.

 

Eucaristía

Según la fe católica, Jesucristo se hace presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por medio de las especies eucarísticas. Cristo, en la Última Cena, instituyó el sacrificio y convite pascual, cosa que el Sacerdote hace en la Iglesia, representando a Cristo Señor, en su memoria.

Cuando Cristo tomó en sus manos el pan y el cáliz, se dirigió a sus discípulos diciendo: «Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi Sangre”.

Despedida

Con la bendición final, el sacerdote se despide de los fieles «In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti» («en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»). Cuando es una bendición solemne es más larga la fórmula, agregando una oración sobre el pueblo o con otra fórmula aún más solemne. Si la misa es oficiada por un Obispo, éste traza la señal de la cruz tres veces sobre los fieles.

El diácono despide a los feligreses diciendo «Ite, missa est» («Podeis iros, la Misa ha concluido») o «Benedicamus Domino» («Bendigamos al Señor»), dependiendo del tipo de la Misa, a lo que los fieles responden «Deo gratias» («Demos gracias a Dios»). Esta despedida tienen como fin que cada uno de los asistentes regrese a sus actividades alabando y bendiciendo a Dios.